Nunca la sangre supo tan bien
AIRAN CASAS
Ya terminó, y no sin dejar sorpresas y expectativas para su próxima continuidad. Anoche acabó en Estados Unidos la cuarta temporada de la serie de moda. Ya lo decía con rotundidad su reparto en la última edición de la Comic Con de San Diego: “Esta temporada será sorprendente”, y definitivamente ha respondido bastante bien a las expectativas de los consumidores de una ficción original que mezcla por igual la acción, el suspense y el melodrama, siempre aderezado todo ello con un gran sentido del humor, y embotellado con el sello de calidad de Alan Ball y la HBO. Sí , señores, es el auténtico sabor de True Blood.
La serie nació en septiembre de 2008, y si hacemos memoria, bajo la moda mediática de los vampiros. Ya la saga de novelas de Ann Rice Crónicas Vampíricas (Entre la que destaca por su proyección cinematográfica Entrevista con un Vampiro) habían sembrado años antes esa semilla que haría que la afición por estos seres fantásticos volviese a estar de moda. Pero la gran culpable de que todo el mundo sacara los dientes fue realmente la escritora Stephenie Meyer y su saga Crepúsculo.
Crepúsculo fue llevada al cine de una manera aceptable, pero mucha gente coincide que a la historia le faltaba algo: Esa parte visceral y cruel de los vampiros; esa parte sombría con la que Brahm Stocker definió al personaje de Drácula; Ese eterno icono del cine de horror, Traído a la vida desde que el medio existe. Los vampiros que conocíamos eran crueles, sanguinarios y atractivos. Desde las interpretaciones del Genial Bela Lugosi, la atemorizante estética de Christopher Lee o el encanto de Gary Oldman en el retrato que hizo Francis Ford Coppola en 1992… Drácula siempre ha sido el rey de los vampiros y ha tenido un arrebatador éxito que ha perdurado durante muchas generaciones. Los vampiros de Crepúsculo eran sin embargo unos seres grises, apagados, blandengues, que ni siquiera enseñaban los colmillos. Tal vez porque la obra de Meyer siempre estuvo influenciada por la moralidad de sus creencias religiosas o simplemente porque quiso ofrecer otro lado distinto, suyo, de este mito… Lo cierto es que cuando el séquito de True Blood apareció, los resplandecientes vampiros de Crepúspulo se disolvieron en el aire, como por arte de magia.
Las tramas infantiloides y blandas de Crepúsculo, o la versión vampírica de Sensación de Vivir, Diarios de un Vampiro, dio paso a una historia desgarradora, atrevida y mucho más oscura, la que había ingeniado Charlaine Harris en sus novelas, ahora adaptadas a la televisión por un genio de los guiones: el mismísimo Alan Ball, autor de títulos ricos e inteligentes como la oscarizada película American Beauty o la mejor serie de televisión de todos los tiempos: A dos metros bajo tierra.
El prestigio y el buen hacer de Ball se dejó notar enseguida, con unos argumentos que, si bien no son una obra maestra, logran el objetivo de entretener, hacer reír, provocar y dejar expectantes. Esas son las cuatro cualidades básicas de True Blood, y posiblemente el secreto de su gran éxito. La serie, en otras palabras, tiene eso que le falta a la saga Crepúsculo y que tanto atrae a la sociedad y al mundo del arte y el espectáculo: sangre, erotismo y humor.
Y junto a ese buen hacer en los guiones y en la concepción de la serie, que básicamente no pretende ser más de lo que es y se sabe reír de sí misma, un reparto fantástico. Ana Paquin, la castigada y malinterpretada Pícara de la saga X-Men, encabeza el reparto junto a su marido (Lo que une la sangre que no lo separe la tele) Stephen Moyer. Historia básica de chica sureña (Estamos en BonTemps, Louisiana –Y no podía ser en otro sitio-) con un extraño poder de oír lo que piensan los demás, se enamora de un vampiro que conoce en un incidente. Sí, los vampiros ya no se esconden… La invención del Trae Blvd., una sangre sintética que tiene los mismos principios nutritivos que la sangre real, ha hecho que los draculines salgan de sus ataúdes y se mezclen con los humanos, ya que ahora –en principio- no tienen la necesidad de bebernos y dejarnos secos. La historia de Bill y Sookie se completa con un buen número de secundarios, geniales y maravillosos todos y atractivos hasta más no poder… Desde la rebelde y malhablada Tara (Rutina Wesley) hasta el hermano ninfómano de Sookie, Jason (Ryan Kwanten) Además, en este pueblo cercano a Nueva Orleans, muchos seres extraños viven entre los humanos, como el animorfo y jefe de Sookie, Sam (Sam Trammel) o el vampiro malo Eric (Alexander Skarsgard) Todos ellos dignos de las sugerentes escenas de amor y pasión de la que está llena esta serie y que tanto nos gustan, incluso más que las de puro vampirismo y mordiscos (Aunque en esta serie saben muy bien mezclar ambas)
Tras cuatro temporadas, el apacible mundo de la ingenua Sookie ha cambiado mucho, y ahora ha descubierto que es un hada, y que hay hadas malignas, ha olisqueado a un hermoso hombre lobo cuyos sentimientos están bastante borrosos (Alcide, interpretado por Joe Manganiello), que las actrices secundarias la pueden eclipsar con su sentido del humor (Kristin Bauer, Carrie Preston y Deborah Ann Woll, geniales como Pam, Arlene y Jessica) y que una bruja puede ser más peligrosa que un vampiro (Fiona Shaw interpreta para esta temporada al cascarón de Antonia Gavilán de Logrono, una bruja española que fue quemada por la Inquisición )
Ahora esta temporada, la más interesante desde la primera, ha llegado a su fin abriendo viejas heridas ya cerradas, mandando a un buen puñado de personajes (algunos importantes) al más allá y comenzando ya una serie de nuevas tramas que tendrán que resolverse en una esperada quinta temporada.
Con los vampiros habiendo adquirido un billete de vuelta y deseando que los invites a entrar de nuevo en tu casa, es preciso recordar que lo mejor de True Blood es que, más allá de intentar ser una serie de culto ultramoderna y original, pretende hacer que te sientes un rato a dejar tus problemas de lado y te sumerjas en la vida de la pueblerina Sookie, y que encima la envidies por tener unos amigos tan fantásticos y por ser capaz de vivir las más inverosímiles situaciones. Además de eso, te ríes con sus autoparodias y sus momentos de puro surrealismo audiovisual, de los que en esta temporada hemos disfrutado a gusto.
Por suerte, el respaldo del público y, admitámoslo, el hecho de que los vampiros, como la pasión por ellos, no mueren nunca, han hecho que dentro de unos meses podamos volver a abrir nuestra botella de True Blood y disfrutar una sangre que, a pesar de ser un artificio, nunca supo mejor.
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