lunes, 23 de enero de 2012

La cultura de pagar




La cultura de pagar
 AIRAN CASAS

Nota: La lectura de este artículo no implica el pago de derechos de autor


Tengo que confesar que soy un terrible consumista de cultura y ocio. Me apasiona tanto el cine, la música y los videojuegos como la propia vida, y me peleo a menudo con mi colección de discos de audio y discos DVD porque no sé donde meterlos. Esta pasión que comparto con mucha gente, aunque cada vez menos, empezó a mediados de los 90. En esa época no existía la llamada “piratería”. Ni siquiera me imaginaba que una amplia colección de cassettes que tenía, con música grabada de la radio o de otras cintas, se consideraba un producto ilegal. Era una época feliz para el mundo del disco y nadie se quejaba de ello, porque de repente llegaban las Spice Girls y vendían millones de discos, haciendo que los directivos de la ya extinta Virgin Music pudieran vivir una vida que yo jamás podré tener. Recuerdo estar pendiente de la radio, de los videoclips de aquella fascinante MTV en aquella época en la que ponían música en vez de estúpidos realities, de ir a ver las novedades de las pequeñas tiendas de discos que ahora ya no están. Recuerdo aquella inmensa sección de música de los centros comerciales, donde me pasaba largos ratos buscando aquellos discos que me faltaban de Whitney Houston. Era esa época en la que había programas musicales en la tele y el formato Cd Single era fascinante, con sus caras B y sus “versión 2 CD”.

            De pronto, un día, llegaron las grabadoras de CD. Había muy poca gente que las tuviera. Recuerdo que ni siquiera tenía ordenador por entonces. Una compañera del instituto tenía una, y aquello fue la revolución para aquella clase de adictos a la música, ya que nuestra afortunada compañera nos hacía copias perfectas de algunos de los cds. Las cintas de cassette habían pasado a la historia. Pronto aquello empezó a extenderse, y yo mismo tuve ese ansiado ordenador con grabadora de CD, con la que hacía mis recopilaciones de “mejores canciones” de todos aquellos discos que compraba. Y entonces llegó Internet, y nos dejó perplejos en todos los aspectos posibles. Para mí, el hecho de encontrar a través de un ordenador canciones de tus artistas preferidos, canciones que jamás se editarían en España, era fascinante. Lo que pasó después… es la historia que todos sabemos.

            Lo cierto es que pude vivir ese momento en el que Internet llegó para cambiar la industria de la música, y posteriormente la cinematográfica y la de los videojuegos. Los vendedores de cds grabados en las calles de las ciudades empezaron a dejar espacio para la llegada de freaks de la informática con sus largas listas de “productos” que te vendían por 1000 pesetas… O por el toma y corre que supuso más tarde la llegada de la banda ancha… Está ahí, y lo coges porque nadie te dice que no. Era fácil… sólo tenías que buscar y hacer “click”. La reacción de las discográficas era lógica: Habían estado acostumbrados a vivir esas maravillosas vidas de riqueza y privilegios y de repente la gente encontró otra forma de disfrutar de lo mismo a un precio mucho más bajo, cambiando la historia de los mercados de la cultura.

¿La ley de la oferta y la demanda? ¿Un robo sin ética de la cultura? Las discográficas pronto empezaron una amplia campaña de disuasión, que pasó de alentarnos a comprar productos originales por nuestro propio bien (Ya que si no lo hacíamos no se crearía más música) a campañas completamente agresivas en las que trataban a la gente como delincuentes. Siempre pensé que las discográficas tenían una parte de razón. La creación cultural ha de ser compensada, como cualquier otro trabajo, con dinero y con reconocimiento público. Internet hacía posible que ese trabajo de un artista tuviera ese reconocimiento público. De hecho, el tiempo ha demostrado que el valor de un creador cultural se incrementaba con la aparición de Internet: de las páginas que promocionan a los artistas, de los foros donde se habla de ellos, de los blogs donde se aprecia ese trabajo y se comparten impresiones sobre él… Sin embargo, no ha ocurrido lo mismo con la parte económica. Las pérdidas en ese aspecto han sido grandes. Las pequeñas tiendas de discos han cerrado, y en las grandes superficies las secciones dedicadas a la cultura son cada vez menores. Hoy en día se graban muchísimos menos discos al año que en los 90… y sin embargo, curiosamente, la música y el cine llegan cada vez a más gente. Antes, conocer y conseguir un disco de ciertos artistas extranjeros era prácticamente imposible, y para ver una película tenías que hacer un gasto considerable. Ahora con Internet, las barreras de la promoción se han abierto y se ha conseguido también llevar la cultura a todas las esferas sociales, eliminando el elitismo que siempre ha existido en este mundo. Ahora la gente ve más películas, y habla más de cine.

No quiero defender la piratería. No considero lícito ni ético, y creo que nadie debería hacerlo, obtener beneficios económicos con el trabajo de otros. Rechazo frontalmente a la gente que copiaba CDs para venderlos en las calles, a los webmasters que obtienen ingresos publicitarios en páginas donde se intercambian archivos culturales, tengan o no tengan copyright. Sin embargo, tengo que reconocer que Internet ha sido una puerta positiva para poder encontrar y disfrutar de la labor creativa de miles de personas, que ha hecho que la gente se interese por el cine, por la música y por la literatura, y lo consuman más que nunca.  Ahora la tecnología nos da la opción de compartir en las redes sociales los videoclips de nuestros artistas preferidos, de intercambiar impresiones con nuestros amigos, de escuchar música que se produce en Japón sin tener que importar discos o viajar para poder hacerlo, o de poder disfrutar de música que ya no se edita porque determinadas personas deciden que “no interesa”. ¿Qué hay de malo en eso? Desde siempre la sociedad no ha lanzado el mensaje de que tenemos que leer, y nos presentaban las bibliotecas como esos lugares a donde  acudir para entretenerte, informarte y formarte. Las instituciones públicas han luchado siempre por tenerlas y por acercarlas al ciudadano desde su primera etapa educativa con el fin de crear personas con una mejor cultura. Internet consiguió tener un papel similar al que juegan las bibliotecas, y sin embargo, se ha demonizado desde esas mismas instituciones, a pesar de que, como usuario, representa absolutamente un proceso idéntico: Acceder a la cultura sin tener que pagar nada a cambio para entretenerte, informarte y formarte, y convertirte en un ciudadano más culto.

La historia continúa, y vemos como las grandes empresas de este sector comienzan a ver pérdidas, a ver como ese estatus de control que tienen desaparece en manos de sus propios consumidores y clientes; los mismos que antes los habían colocado en una posición privilegiada. Napster y las redes P2P aparecen complicando más aún la situación, y las discográficas deciden unirse al enemigo. Empieza lo que se conoce como “descargas legales”. Y aquí es donde me gustaría hacer un pequeño análisis, porque donde muchos veían una solución al problema, solo ha habido un nuevo intento de volver al sistema anterior. El principal fallo de por qué se dejó de vender música (Y asimilo en este concepto al cine y a los videojuegos) fue porque, como comenté antes, los usuarios encontraron la forma de poder disfrutar de lo mismo a un precio mucho más bajo. Parece ser que las empresas de entretenimiento, lejos de ver lo que ocurría, hicieron la vista gorda y acabaron pensando que el problema residía en el formato: El soporte CD ya no estaba de moda. Por eso, cuando decidieron unirse al nuevo formato que se había impuesto, el de la descarga digital, no cambiaron nada más. Nos dieron lo mismo que ya se nos vendían en CD, incluido el mismo precio. Lo que pensaban que iba a ser la solución, se había quedado en nada, porque la gente seguía encontrando lo mismo a precios más baratos mediante la descarga ilegal. Las discográficas podrían haber aprovechado Internet y la expansión del interés por la cultura para vender sus productos a un precio considerablemente reducido, pero no quisieron arriesgar su estatus, y decidieron vender sus discos y productos al mismo precio que sus productos en formato físico, con el consecuente fracaso.

Recuerdo que durante las primeras campañas de la SGAE que pude vivir como mucha gente, la estrategia consistía en apelar a la importancia de la industria musical. Nos decían que si comprábamos un disco “pirateado” en vez del original, se perdían puestos de trabajo, y no sólo el del artista, que podría no volver a grabar más, sino también los de los diseñadores gráficos que elaboraban el aspecto visual o los de los mismos operadores de las fábricas de discos compactos. Cuando la industria se propuso pasarse al formato digital… ¿Dónde quedó el interés por esos puestos de trabajo que tanto defendían? Es más, a pesar de que vendían sus discos de forma digital, supuestamente sin esos gastos para el libreto, el soporte, el transporte y el resto de asociados al soporte físico, seguían cobrando al consumidor absolutamente lo mismo que cobraban cuando tenían que sufragar esos gastos. Con el tiempo me di cuenta de que en realidad, el soporte digital favorecía mucho a las empresas, no sólo por no tener que sufragar estos gastos, sino porque además, no tenían a un intermediario que vendiera el producto (En este caso las tiendas de discos) y por lo tanto también ese margen de beneficios sería directamente para ellos. ¿Se han acordado las discográficas de todas las tiendas que han cerrado gracias a que ahora ellos venden directamente el producto por Internet?

Un caso muy ilustrativo de esto es el de la siempre ambiciosa industria del videojuego. Sony Playstation tiene en el mercado una consola que ha permanecido inmune al pirateo hasta hace muy poco (y aún así, es muy complicado y contraproducente la manipulación de este sistema por lo que su naturaleza es mayoritariamente la de producto “no pirateable”) Aparte de su mercado de juegos en formato físico, Sony cuenta con una tienda de juegos online donde vende la mayoría de los títulos de su catálogo en formato de descarga legal. Es curioso como esos juegos se venden a exactamente el mismo precio que tienen los juegos físicos, que ronda unos 50-60 euros, a pesar de todos los gastos que Sony se ahorra para su manipulación, grabación, edición de carátulas y transporte y distribución. Además, como en el caso de la música, los beneficios de los intermediaros van a parar a la propia compañía. Esto hace que, con el juego físico, la compañía gane mucho menos que con el juego digital, lo que ha llevado a que se apueste por hacer una gran serie de juegos que sean exclusivos para venta online, e incluso están a punto de sacar a la venta una consola que funciona prácticamente mediante la compra de juegos a través de su Store. Los usuarios aquí no tienen alternativa: o compran el juego online, y pagan una cantidad prohibitiva… o no juegan. Es más, con esta estrategia de venta, la compañía se asegura de dos cosas importantes: La primera es que son ellos los que controlan los precios del mercado. Es decir, cuando compramos un juego físico, en una tienda, puedes estudiar precios y comprarlo en un comercio que te lo ofrezca más barato. Incluso, puedes esperar un tiempo y comprarlo en una oferta, un saldo o una ganga. Con la venta online, Sony decide un precio de salida que se mantendrá igual en todo momento, a menos que unilateralmente decida rebajarlo eventualmente, por lo que definitivamente se acabaría eso de “busque y compare”. Por otro lado, con el formato digital la empresa elimina de un plumazo las “opciones postventa” del juego físico, que tanto parece que les molesta hoy en día: el poder prestarle el juego a un amigo y el poder hacer uso del mercado de segunda mano. Las tiendas de juego online venden una copia por sistema, con lo que nos vamos olvidando de sacarle partido al juego cuando ya nos cansemos de él. En definitiva, algo que en principio era perjudicial para el mercado del entretenimiento, ha sido mutado por sus propios detractores hacia algo que les beneficia mucho más de lo que tenían antes. Claro que, para que esto sea así, tienen que “educarnos” en esta nueva forma de consumismo. Tienen que transmitirnos la cultura de pagar para ellos continuar teniendo su estatus dentro de la industria.

Y eso es lo que ha ocurrido recientemente con el cierre de páginas web para la gestión de descargas  y la lucha encarnizada por aprobar la ley SOPA o la conocida ley Sinde en España: un último y desesperado intento de la industria cultural por mantener ese estatus que ha ido perdiendo. Apoyada por las instituciones públicas y criticada fervorosamente por servidores de servicios online, compañías telefónicas y una gran mayoría de empresas que viven de Internet, y como no, por los internautas. La industria sabe que es un trabajo duro y que no está dando buena imagen, y lo refuta el cambio de postura que la Casa Blanca ha realizado sobre la aprobación de la SOPA.  Algunos hablan del comienzo de una guerra en Internet. Voces que se alzan para una cultura libre contra voces que defienden sus empresas. Y en esta situación compleja, el máximo perjudicado va a ser el ciudadano de a pie.

¿Soluciones? No digo nada nuevo si propongo el consenso; que las empresas no tengan tantos beneficios escandalosos a favor de una cultura más abierta a todos. Spotify parecía un buen camino para aunar los intereses de ambos, y su modelo debería ser estudiado, tanto el público como el de pago, y ser aplicado a otros ámbitos. También optaría porque las entidades públicas defendieran llevar la cultura a todos, independientemente de sus ingresos, y eso se puede hacer mejorando y creando más (y perdónenme que sea reiterativo con el tema) bibliotecas y espacios donde acceder a los libros, a la música, al cine y a los videojuegos, con su respectiva contribución económica a las arcas de los creadores. Poder acceder a toda la cultura que necesitemos para formarnos y crecer sin tener que ser señalados por el dedo de la ambición como si fuéramos ladrones… ¿Es una utopía?

O tal vez la solución pasa por ser más sociables y volver a prestarnos los CDs y DVDs como hacíamos antes de que llegara Internet. Y yo, que soy consciente de que vivo anclado a una costumbre de los 90, la de coleccionar discos y películas, y darles pingües beneficios a la industria, podría estar dispuesto a pasarme a un nuevo sistema… siempre y cuando no pretendan seguir abusando de su ambición. 

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