jueves, 20 de octubre de 2011

Cáncer







Cáncer
AIRAN CASAS

Cáncer. Es esa palabra abominante, escalofriante, asquerosa... Esa palabra que no solemos usar, y que deseamos no tener que hacerlo. Ha sido, sin embargo, una palabra tabú durante mucho tiempo, evitada y olvidada, y sobre todas las cosas, una palabra desconocida.

Yo descubrí su desoladora esencia con trece o catorce años, cuando llegó a mi vida, y sobre todo, a la vida de un amigo mío. No entendía por qué la madre de mi amigo, que era jóven, inteligente y  guapa, que tenía todo el cariño del mundo, un buen trabajo y buenos amigos, podía haber sido castigada de esa manera tan injusta y cruel. Esos meses fueron extraños, y entre la nebulosa de mis recuerdos aparece con claridad la entereza con la que ella y sus familiares llevaron la enfermedad. También recuerdo la fragilidad de mi amigo, verlo derrumbarse a menudo... 

Para un niño de esa edad fue algo incomprensible, y muy duro de asimilar ¿Hay un dolor más grande que perder a una madre? ¿Qué es eso tan atroz que puede causar tal dolor? Por supuesto había oído hablar de la enfermedad, pero hasta ese momento no estaba lo suficientemente concienciado de ella, ni del daño que podía llegar a hacer. Nadie quería hablar de ella. La gente tenía miedo.

Varios años después, las heridas de esta enfermedad siguen estando presentes en mi vida, y algunas de ellas, que me han tocado muy de cerca recientemente, me duelen en lo más profundo de mi alma. Pero ahora es diferente, porque, aunque el dolor es el mismo, no me siento tan acobardado y confuso ante su atrocidad. En plena era de la información, el cáncer está más cerca que nunca de la gente, y ya no asusta como antes. Sabemos qué es y cómo actúa, sabemos que se han mejorado las técnicas y los tratamientos para atajarlo. Personajes públicos luchan cada día, algunos con su propia historia, contra este estigma, y creo que la gente que lo padece, gracias a toda esta información que circula, se encuentra menos sóla. Sin duda es un gran paso adelante: ahora la maldita enfermedad es visible, ahora la gente la llama por su nombre y se enfrenta a ella.

Ante este sentimiento, ante la desolación y la incomprensión que aún queda en algunos, sólo puedo decir que tenemos que seguir enfrentándonos a este mal con los ojos abiertos, porque la verdadera enfermedad es la ignorancia: pensar que no hay solución, que estamos condenados a lo que el destino quiera de nosotros. El auténtico dolor es rendirse, pensar que no se puede hacer nada, que no se puede ayudar a prevenir, o que en el futuro no se pueda llegar a curar por completo. El daño lo causa mirar hacia otro lado, como si no existiera, o sentir pena sin más.

Gracias a gente que aportan día a día su tiempo, su trabajo y su esfuerzo para informarnos, para transmitir fe en nosotros mismos... gracias a su solidaridad o simplemente por poner el hombro para que otro se apoye, gracias a esos ángeles, que son reales y que los podemos encontrar en este mundo, entre nosotros, esa ignorancia que reflejaba de niño sobre la enfermedad incomprendida, hoy ha pasado a la historia.

Dedicado a las personas que luchan cada día contra la enfermedad.


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