Publicado en nuevosperiodistas.com el 7/6/2008
Madrid
AIRAN CASAS
Ayer pude mirar a Madrid a los ojos. Detrás de la bohemia, de las luces de neón y del gran nombre de “capital” que resuena como el eco. La miré esquivando los fotogramas idílicos de las películas de Almodóvar y las imágenes de las postales que venden en la Puerta del Sol. Detrás del telón de terciopelo bordado con hilo de oro puedes ver la otra cara de la función.
Madrid no resplandece. Su mirada es distante y vaga. Afligida por el humo de las calles y por el olor a ajo y a col. La ciudad está envejecida, en forma y en pensamiento, y por sus calles de piedra ya sólo caminan alpargatas de pobres que buscan un lugar donde refugiarse, los zapatos de piel manchados de los ejecutivos avaros que andan deprisa, y las zapatillas lánguidas de las señoras con clase, que visten pieles pero te empujan sin perdón. Y mi paso es demasiado lento para esas calles de ritmo atroz.
Pude escuchar a Madrid. El murmullo que no cesa se ha convertido en un grito de dolor, y en los insultos de habitantes cabreados que se han olvidado de la educación. Las canciones tristes de los mendigos que duermen alineados en el túnel de la Plaza de España se escuchan a lo lejos, y ni siquiera en el templo olvidado o en el parque aislado te libras de la agonía de su dolor.
La ciudad vieja envidia a Londres y a París. La ciudad sucia no guarda su sonrisa para ti. Y cuando estás allí, es difícil no dejarte absorber por un espíritu extraño que viaja raudo en el metro. Si te descuidas, te puede atropellar, y te convierte en uno de ellos. En un corazón de alquitrán.
Un café en Madrid de día. Un paseo de noche por las calles frías. Mira alrededor y observa los rostros secos de la gente. Las miradas a las que les falta la luz.
Ayer miré fijamente a los ojos de Madrid...
Muy bonito, pero para mi Madrid es el cielo. Saludos.
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